¿Quiere volver a empezar? ¿Ser joven de nuevo?
Empezaremos por el principio.
Nosotros no pretendíamos dedicarnos a la sanidad. Nos dedicábamos a la investigación, al transporte a gran escala. A la teletransportación, transporte cuántico, partícula a partícula.
Pero había un problema: La teletransportación cuántica necesitaba una fuente de energía brutal que aumentaba de manera exponencial a medida que se incrementaba la distancia entre el origen y el destino. Pero aquel no era el principal obstáculo.
La prensa, las facciones conservadoras, las entidades religiosas, incluso las altas cámaras gubernamentales se hacían la misma pregunta. Al igual que la paradoja de Teseo, en la que Heráclito y Platón debatían si un barco era el mismo cuando se le reemplazaban todas sus partes, con nuestra máquina todos se hacían la misma pregunta.
¿El ser teletransportado era el mismo individuo cuando llegaba a su destino?
La transportación cuántica implicaba destruir el estado original de una persona, extraer la información genética y reconstruirla al otro lado. Desintegrarla y volverla a componer célula a célula. Y partiendo de esta premisa, los más conservadores se preguntaban qué pasaba con el alma. El sector judicial se preguntaba si en términos legales se trataba de la misma persona jurídica, por lo que empezaron a redactar documentos para donar los bienes al sujeto de destino en el caso de que se decretara que no se trataba de la misma persona física. No sorprendió a nadie que los gobiernos quisieran su porción del pastel y reclamaran entonces el pago de impuestos por donaciones. Sin embargo, no tardaron en aparecer las primeras personas voluntarias en ser teletransportadas y las pruebas no solo fueron un éxito, fueron abrumadoras. Los sujetos en destino eran mejores que los del origen. La máquina, que contenía toda la información médica conocida, había mejorado el material genético para evitar la contaminación de pequeñas bacterias o cualquier otra interferencia de ADN. Limpiaba, destruía y remplazaba las células sospechosas o rectificaba sus imperfecciones y cualquier defecto susceptible de ser mejorado. Tuvimos la certeza cuando teletransportamos a un jubilado y se materializó en el punto de destino con una edad estimada, según el escáner médico, de 30 años. No solo había rejuvenecido, el anciano cerró los ojos y cuando los abrió tenía quince quilos menos, abdominales, una mata de pelo en la cabeza y una dentadura perfecta.
Habíamos alcanzado el sueño de la inmortalidad y sin embargo el gobierno, los departamentos legales y la Organización Mundial de la Salud se preguntaban si se trataba de la misma persona. Pero a los ancianos y a los enfermos terminales les traía sin cuidado. Si no querían fallecer y pasar al otro lado, tenían pocas opciones. Una era descargar su memoria en una nube y rezar para poder ser insertados en un clon cuando la ciencia lo permitiese y otra opción era utilizar nuestra máquina, teletransportarse y arriesgarse a ser remplazados por una copia de ellos mismos.
Así que, ante las reticencias y los problemas burocráticos para llevar el tema de una manera legal decidimos abandonar la teletransportación cuántica a larga distancia de sujetos orgánicos y nos dedicamos a la teletransportación a nivel microscópico, decidimos teletransportar las células del sujeto sin moverlo del punto de origen. Todo menos el cerebro que, según la OMS y nuestros abogados era lo que otorgaba al individuo su humanidad.
Así que, extraíamos la información genética del paciente y destruíamos sus células, excepto las del cerebro, al que naturalmente le hacíamos una limpieza de células sospechosas, tumores malignos y enfermedades degenerativas. Al ser el mismo punto el de origen y el de destino, la energía necesaria era mínima y el tiempo del proceso era de 0,002 segundos, por lo que el paciente ni siquiera era consciente de haber sido teletransportado. Un sujeto sin enfermedades, joven y mejorado. Visión perfecta, nariz nueva y a gusto del consumidor, aumento y/o modificación de los genitales, de pecho, cambio de sexo en el acto, temporal o definitivo, cambio de color de pelo, de piel, todo según las ganas de experimentar del sujeto y todo susceptible de volver a ser modificado si el cliente no estaba satisfecho con los resultados. En definitiva, la perfección y la inmortalidad. El tema del cerebro no fue un problema, conseguimos reemplazarlo a un 97% con el beneplácito de la ley y fue cuestión de tiempo que el Tribunal Supremo aceptara que se trataba de la misma persona, porque al fin y al cabo los que mandaban eran una panda de vejestorios que también querían esquivar a la muerte que, aunque en la actualidad tengamos la certeza de que la consciencia continúa existiendo después de la defunción y es independiente del cuerpo orgánico, más vale una vida conocida con un cuerpo perfecto que un más allá por descubrir, sobre todo si tenemos dinero en la cuenta.
Y si todavía tiene dudas y no se atreve a utilizar nuestra máquina de teletransporte microscópico:
Nuestros clientes están seguros de que son la misma persona.
¿Y usted? ¿Es la misma persona que ayer?
By Dimas Tamurejo
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