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  • Foto del escritordimastamurejo

El sentido de la vida

Actualizado: 15 jun 2022




Tengo ganas de vomitar. Llevo días siguiendo una dieta estricta de drogas y alcohol. Lo que haga falta para aplacar la amarga sensación de que algo no va bien. Actualizo una y otra vez la bandeja de entrada de mi correo electrónico. Espero una respuesta de la Agencia Espacial Europea. Si tengo razón puede que me den el Premio Nobel de Física. Pero me da igual, si estoy en lo cierto nada importará. Solo pensarlo me da vértigo. Hubiera preferido descubrir una invasión extraterrestre o tal vez otro meteorito como el que chocará contra la tierra en 2027. Todo sería más sencillo. Necesito descansar.

Me sobresalta el timbre de la puerta. Al otro lado aguardan varios soldados armados y una mujer con unos preciosos zapatos rojos de tacón de dos mil euros, un traje de hombre a medida y cara de tener escasa vida sexual. Y yo con pintas de haber dormido con la ropa puesta. Quieren que me vaya con ellos. No puedo resistirme a semejante invitación.

Aunque tengo claro que las drogas hablan por mí, le agradezco a la señora que no me obligue a viajar en el maletero de su sedán negro con lunas tintadas.

Me llevan a un edificio de oficinas. Me dejan en una sala de reuniones que huele a nuevo. Me ofrecen algo de beber. Necesito más drogas. Pido un café.

Un señor con chaqueta de lana y coderas a juego, entra en la sala y me da una carpeta. Va directo al grano y me dice que mis cálculos son correctos.

Esperaba que fuese un error o una casualidad, pero los informes de esa carpeta confirman mi teoría. Descubrí en el firmamento dos planetas iguales en diferentes galaxias. La polimetría, la modulación orbital, la distancia con la tierra, todos los datos son iguales, las casualidades no tienen trescientos siete decimales idénticos.

La señora de los zapatos caros me trae un café de máquina en un vaso de cartón. Doy las gracias. El señor de las coderas me hace una pregunta.

—¿Conoce usted la teoría de 1977 del novelista de ciencia ficción Philip K. Dick?

—La realidad simulada… —contesto con un nudo en el estómago.

Ojeo los papeles. Le pido al señor que me explique con sus palabras la idea que me reconcome desde hace meses. Él asiente y me cuenta lo que está pasando.

—Estamos en una simulación. Los límites de nuestro mundo se van creando a medida que la humanidad avanza. El hombre sale de la cueva y se crea el bosque, llega a la playa y aparece el mar, mira al cielo y crean la Luna… ahora Marte… mañana Venus… es como un juego de ordenador. Y como todo juego, cuantos más jugadores, cuanto más se expande, más fallos tiene. Esos planetas no son iguales, son copias… Un fallo del sistema.

Me levanto y camino por la sala. Empiezo a hiperventilar, un sunami de ideas inunda mi mente. Miles de años preguntándonos qué hacíamos aquí y la respuesta al sentido de la vida es una patada en el estómago. Una cuchillada trapera en el alma, si es que tenemos. La cabeza me da vueltas, necesito aire. Salgo corriendo de la sala y me escondo en los aseos. Pongo la cabeza debajo del grifo. El chorro de agua me sabe a poco. Contemplo mi reflejo en el espejo. ¿Soy real? Se abre la puerta de los servicios. La mujer me ha seguido. Me doy cuenta de que tengo la misma expresión en la cara que ella. En mi caso es debido a la falta de sexo y al exceso de conocimiento.

—¿Dónde está la píldora azul para despertar de esta pesadilla? —pregunto con una sonrisa nerviosa sin darme la vuelta.

—No sabemos si existimos fuera de esta simulación, despertar y salir de aquí tal vez no sea posible —contesta con sinceridad.

—¿Y quién ha creado esto? — pregunto y golpeo el espejo con la palma de la mano.

—Humanos, extraterrestres, Dios… ¿Quién sabe?

—¿Y por qué?

Albert Einstein dijo que quizás nuestro mundo es un banco de pruebas.

—¿Somos cobayas? —pregunto con miedo.

—Somos un experimento que se ha hecho consciente de su propia existencia.

—¿Y para qué me habéis traído aquí?

—Queremos que nos ayudes a ocultar el secreto.

—¿Por qué? La gente tiene derecho a saber.

—Si la verdad fuera revelada, cambiaríamos nuestra manera de actuar, nuestros valores, nuestras metas. Entonces los resultados de la simulación ya no serían fiables y el sujeto de estudio no tendría utilidad. Podrían apagar el sistema.

—Podemos comunicarnos con los de fuera, hacerles saber que tenemos inteligencia, que somos seres conscientes…

—No hasta que tengamos más datos… necesitamos averiguar más de ellos y de este mundo. Ayúdanos, trabaja con nosotros.

Lleno mis pulmones de aire antes de hablar. Tengo muchas preguntas y la sensación de que ella no tiene todas las respuestas. Acepto la oferta y me disculpo por el numerito que he montado.

—Eso no ha sido nada, querida. La última persona que vino aquí era un hombre. Un tipo duro. Acabó debajo de la mesa hecho un ovillo. Ahora vive en un psiquiátrico. Normal, los hombres entran aquí creyéndose los reyes de la selva y salen con el rabo entre las piernas convertidos en ratas de laboratorio. Nosotras lo llevamos mejor —me dice mientras me aguanta la puerta del baño de mujeres.

—¿Y cuál es el plan? —pregunto intrigada de camino a la sala de reuniones.

—La simulación va corrigiendo sus errores, pero la tecnología avanza y tarde o temprano la verdad saldrá a la luz, así que mientras unas investigan en secreto, otras personas desvían la atención con cortinas de humo.

—Muy grandes deben ser esas cortinas —bromeo por no llorar.

—Cada vez que hay un error en el sistema hacemos lo que haga falta para desviar la atención: dejar que arrasen Pearl Harbor, las Torres Gemelas, quitar a Nixon, poner a Donald Trump, inventarnos una pandemia de COVID…

Náuseas de nuevo. Al final tenían razón los de las teorías conspiranóicas, alguien mueve los hilos. No quiero preguntar qué me habría pasado si hubiera rechazado la oferta de trabajo. Mejor pregunto otra cosa.

—¿El meteorito ese de 2027 es cosa vuestra? ¿Una fake news?

—No, nosotros somos los de Ucrania, lo del meteorito es cosa del simulador, pero no sabemos si se trata de una nueva prueba o quieren apagar el sistema.

Vomito en los zapatos de tacón de la señora. No ha sido casualidad.


@dimastamurejo


(Con este relato no me comí un rosco en un concurso literario, pero me lo pasé genial escribiendo)

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